Por Noelia Ruiz
Las madres de los excombatientes de la Guerra de Malvinas despidieron a sus hijos con la incertidumbre de no saber qué les depararía el destino. Escribieron cartas, esperaron noticias, rezaron y ansiaron más que nadie que la contienda bélica que se libraba en el archipiélago finalizara.
Un domingo de abril de 1982, Julia Escobedo, despidió entre lágrimas a su hijo, Luis Alberto Escobedo, a quien le habían comunicado que debía presentarse inmediatamente en su compañía, que se encontraba acuartelada y esperaba por él. —Mami, no quiero ir— le dijo, aferrado al portón de la casa.—Andá hijo, que sea lo que Dios quiera— respondió ella sin saber si lo volvería a ver.
La vida de aquel joven de 17 años, que desempeñaba su carrera futbolística en la reserva de Los Andes, cambió de un día para el otro: al día siguiente de empatar 3-3 contra San Lorenzo en la cancha de Independiente, recibió la impactante noticia de que debía alistarse.
Ya con 62 años, el hombre nacido en Santiago Del Estero recuerda su debut en Primera con el “Mil Rayitas”; así como su paso por Belgrano, Vélez, Temperley, entre otros, hasta retirarse en Dock Sud en el año 2000.
El 5 de abril, en una fresca tarde de otoño, Luis Escobedo recibió una distinción por su labor en la Guerra de Malvinas y su paso por los clubes de zona sur. Al subir al escenario del Cine Tita Merello de la UNLa, luce un suéter color crudo y un pantalón en tono café. Sin ningún símbolo que haga alusión a las Islas Malvinas, como si lo hacen sus compatriotas de Lanús y Lomas de Zamora.


Tanto ahora como en la entrega de la escultura, el exfutbolista cree que él “no es un héroe”, sino un “simple veterano que jugó al fútbol” y que “las verdaderas heroínas son las mamás” de los veteranos y caídos en Malvinas.
Al escuchar estas palabras, a Julia se le ponen los ojos vidriosos y las lágrimas comienzan asomarse. Es que las efemérides y los actos conmemorativos la trasladan a esa época donde todo era incertidumbre y dolor. —Gracias a Dios, tengo a mi hijo conmigo, pero igual me duele. Me lleva a ese tiempo, que era una cosa muy fea— dice con la voz entrecortada.
Luis Escobedo pisó las Islas el 15 de abril. Desde ese momento hasta el término de la contienda, su mamá conservó algo de tranquilidad y esperanza en torno al reencuentro de su hijo, quien periódicamente enviaba cartas al trabajo de su papá diciendo: “Estoy bien y pronto voy a volver”. “Él hizo una carta hermosa con un mapa que encontró; yo quería llorar y me aferraba a la carta y a Elbito, mi hijo más chiquito”.
Julia y Luis no pudieron despedirse como corresponde. Ella rememora ese día con enojo porque comenta que solo lo pudo ver detrás de rejas. Aquella madrugada fue al Ejército junto a sus hijos más pequeños y volvió a su hogar con la sensación de que a los jóvenes “los tenían como presos”.


Si la despedida fue dificultosa para madre e hijo, el regreso fue desesperante. Ella emprendió una intensa búsqueda por todos los cuarteles donde él podría estar, sin saber que había caído prisionero de guerra desde el cese de fuego hasta el 20 de junio inclusive. Las respuestas que recibía en ese entonces de los altos mandos era que su muchacho estaba desaparecido hasta que el 27, finalmente, pudo regresar a su casa.
Como a muchos de los soldados conscriptos, reinsertarse en la sociedad tuvo un grado de dificultad para Luis, por las secuelas de la Guerra. El deportista estaba convencido de que no volvería a jugar a la pelota, pero después de mucha insistencia un día se reincorporó a los entrenamientos y no paró, dejando su huella en los clubes que le rinden homenaje en un evento tan futbolero y maradoniano como malvinero, según expresa su nombre: “Malvinas no se macha”.*
No estuvo solo, a cada paso de su carrera futbolística estuvo su mamá. “Hasta hoy juega”, dice risueña Julia Escobedo, quien cada 27 de junio celebra la fecha en que su muchacho volvió. “Él se enoja, me dice ‘no mami, ya está’, pero no hay caso. Tengo a mi hijo, pero es un dolor que se lleva adentro y no lo saca nadie. Nosotras las mamás los esperamos y gracias a Dios lo tuve”.
*El evento fue organizado por la UNLa en conjunto con los clubes de Banfield, Lanús, Los Andes, Talleres de Escalada y Temperley.
8-05-25
NR-MEM