Por Lucía Zunino. Fotos por Lautaro Ricardo.
“Al Miguel que llegó flaquito a Adrogué, con 50 kilos, lo abrazaría y le diría que cumplí”, dijo Miguel Savage a AUNO en la presentación de la segunda edición de su libro “Malvinas: sobrevivir y honrar la vida”, en la 47° Feria Internacional del Libro en Buenos Aires junto a Editorial El Ateneo.
La obra es el recuerdo materializado en la palabra y el intento furtivo por desembarazarse del dolor de un pibe de 19 años que fue convocado a ver, y temer, a la muerte en primera persona. Oriundo de Adrogué, Miguel navegó por los distintos rincones del duelo para procesar todo lo que sintió en la guerra.
Por eso, en mayo del 2022 se animó a publicar su historia: su versión de Malvinas llevó primero el sello de la editorial Bardo, de la ciudad santafesina de Venado Tuerto, lugar al que se mudó pocos años después de volver de las Islas.
Luego, una entrevista radial lo puso frente a una de las editoriales más importantes del país, que le propuso el sueño de viralizar su historia. “Ya tenía repercusiones a nivel casero, pero ahora es a otra escala”, afirmó Miguel con una media sonrisa y los ojos vidriosos.
Lo cierto es que su crónica de guerra “ya venía bastante conocida” tras su primera edición, que fue un éxito. Pero ahora, “montado sobre la estructura de una editorial como El Ateneo, está llegando a todos, a todo el mundo”. “Me están escribiendo de otros países”, aseguró.
Una partida inesperada
Antes del 21 de marzo de 1981, Miguel Savage tenía una vida tranquila. Vivía junto a sus padres y sus hermanos en Adrogué, iba al mejor colegio bilingüe de la zona y estaba por empezar a estudiar agronomía. Incluso, es muy probable que aquel sábado de verano haya estado jugando al tenis con sus amigos en algún club de la localidad browniana. Sin embargo, lo que no sabía es que su vida estaba a punto de dar un vuelco para siempre.
“Señores Padres:
Tengo el agrado de dirigirme a ustedes en mi carácter de Jefe de Regimiento 7 de Infantería Mecanizada “Coronel Conde”, lugar donde vuestro hijo, en cumplimiento al sagrado deber que tiene todo ciudadano argentino, ha sido incorporado para prestar su servicio militar a la Patria”.
Así empezó el cachetazo de realidad que le dio la dictadura militar a Miguel aquel 21 de marzo. Se tuvo que presentar, casi incrédulo, en La Plata. “Quedate tranquilo, estás en buenas manos”, le dijo su papá cuando lo dejó en las puertas de la institución militar que lo convertiría en soldado conscripto. Lo que sucedió después no estaba en los planes de nadie.
“Faltaban unos 10 días para mi ansiada baja. Al fin se terminaba mi larga y aburrida colimba. Volvería a estudiar agronomía como lo había planeado, para continuar con mi vida interrumpida durante 14 meses, de una manera tan abrupta como inútil”, relata Savage en su libro.
Miguel, como muchos de los pibes de su edad, no tenía ningún tipo de conocimiento sobre el manejo de armas y la formación bélica que recibió durante su servicio militar fue prácticamente nula: “tampoco tenía alma de milico”, sentencia en las páginas de su historia.
“En ningún momento nos dijeron que nos iban a llevar a Malvinas. Pero nos decían que había que estar mentalizado para una guerra”. Al final, y de un día para el otro, le avisaron que debía partir.
La noche del 12 de junio se produjo el combate más encarnizado del conflicto bélico: la batalla de Monte Longdon. El cielo se iluminó de bengalas, munición trazadora y relámpagos de bayonetas y cuchillos. Se escuchaban gritos en español y en inglés. La verdadera guerra había estallado ante los ojos de Miguel. De los 300 efectivos que participaron del combate, solo 90 escaparon. El resto quedó muerto, herido o prisionero.
En aquella ocasión, Gran Bretaña rompió un récord: el número de disparos por parte de la Real Artillería alcanzó la cantidad registrada en la guerra de Corea en 1952, un volumen de armamento disparatado. Pero Miguel recoge otro hito: “Ese mismo día, quebramos nuestro récord de sobrevivencia, adentro de un pozo oscuro, húmedo y congelado. Envejecimos y nos transformamos para siempre”.
Is Savage here?
Golpearon la puerta y alguien entró al recinto. Miguel escuchó su apellido y pensó que estaba soñando, hasta que lo despertó el zamarreo de uno de sus compañeros. La realidad se acomodó: era prisionero en el buque Canberra y lo estaba llamando un inglés.
Haber crecido en una familia con origen anglosajón le dio a Miguel la posibilidad de hablar en inglés con soltura desde muy chico, lo que le generó muchas facilidades a la hora de interactuar durante la guerra, así que no tuvo problema en entender los gritos que lo despertaron.
Las tareas que ofreció dentro del Canberra se vincularon a traducciones orales y de documentales, pero, sobre todo, desarrollando una suerte de mediación entre argentinos e ingleses.
El hombre le pidió si lo podía acompañar. Mientras caminaban por los pasillos, a Miguel le entró curiosidad y se animó a preguntarle al muchachón europeo cuál era su apellido. “Soy el cabo Burnett”, contestó. Savage entendió que se trataba del mismo apellido que el de su madre, aunque el de ella se escribe con una sola “t”.
Al rato, Burnett le preguntó cuál era su nombre. “Michael”, le respondió ofreciendo una traducción. Sorprendido, el inglés atinó a decirle: “Nosotros tenemos un piloto de helicóptero con ese mismo nombre y apellido”. Al parecer, había dos Michael Savage reunidos en un mismo hecho histórico.
En uno de sus ratos libres se puso a charlar con uno de los kelpers a cargo del barco. Le comentó que era nativo de Temperley. Enseguida, este hombre le contó que en las Islas hubo un anglo-argentino también nacido en aquella ciudad, de nombre Enrique Rowe. Era gerente de uno de los almacenes más importantes de Malvinas, donde se compraban desde neumáticos hasta pasta dentífrica. El día que el Gobierno de Galtieri se rindió, su negocio fue incendiado por militares argentinos.
¿Destino o casualidad?
La historia de Miguel está atravesada por numerosas situaciones como esa, inexplicables e impactantes en la misma medida. La guerra lo encontró traccionado entre la sangre y la tierra.
Como la vez que tuvo que ir de intérprete a una expedición a campo traviesa antes de la masacre del 12 de junio, donde se encontró con una casa en el medio de la nada. “Parecía la granja de la familia Ingalls”, recuerda. Era una vivienda pintoresca, rodeada de ondulaciones y entradas del mar.
Allí el desasosiego lo cruzó con el calor familiar. Muerto de frío y de hambre, tomó la ropa que encontró en uno de los cajones y se la puso casi sin dudar. Ese pulóver azul lo encontró frente al aroma de lo conocido.
Tomó las fotos familiares de esa casa, “quizá con la intención de hacer un contacto con ellos alguna vez en el futuro, cuando todo volviera a la normalidad”. Sí que lo hizo, y dos veces.
La historia de Miguel Savage tiene condimentos de miedo, muerte, vida y resiliencia. Pero, sobre todo, de resignificación y coincidencia.
Miguel decidió contar su historia y, a partir de ese hecho provocó cosas impensables. Como la de un muchacho de 36 años que vive en la ciudad correntina de Curuzú Cuatiá y le mandó un mensaje diciéndole que, por primera vez en su vida, había leído un libro y ese libro era el suyo.
Las decisiones son una cadena que te llevaban a lugares totalmente inimaginables, como a las manos de León Gieco quien, fascinado por tu historia, se la regala al papa Francisco minutos después de haberle cantado “Solo le pido a Dios” a los ojos.
Amén.
AUNO-LZ-MEM
20-05-2023
Muchas gracias. ?Como puedo iniciar sesion?